ALFARERIA DE NIJAR. PASADO Y PRESENTE
El oficio de la la Alfarería Nijareña es uno de los mejores exponentes de sus reminiscencias árabes y que hoy aún nos acompaña.
La necesidad de transportar el agua desde las fuentes, junto con la de uso de utensilios domésticos, han hecho de la cerámica el hilo conductor de nuestra historia.
La geología de nuestro terreno ha ofrecido siempre los recursos necesarios para la elaboración de la cerámica. Las tierras de la Olla Puchero de Níjar son apropiadas para la elaboración de piezas torneadas dado que su mezcla presenta una plasticidad idónea para su posterior utilización en la rueda y decoración con óxidos extraídos igualmente de estas tierras y para su cocción a 930º C, aproximadamente.
Las piezas están realizadas siempre en la rueda o torno que se encuentra a ras de suelo con ob jeto de aprovechar el espacio para el almacenamiento de las mismas. Las tierras eran transportadas hasta el alfar y allí se batian y mezclaban con agua, luego las dejaban decantar en pequeñas balsas para quitarle las piedras y/o suciedad; además de perder el agua sobrante hasta quedar en un estado ideal para su amasado, ésto se hacía en el suelo con los pies hasta llegar a conseguir una pasta homogénea, uniforme y sin burbujas de aire ni elementos extraños que luego pudieran ocasionar su rotura en el horno.
Las bolas o pellas que, a partir de ese momento, se iban formando se almacenaban cerca del torno al amparo del viento y se tapaban con jarapas, procurándoles humedad hasta que llegaran al torno. Hoy en día el barro se compra en pastillas ya preparadas para su uso.
La rueda era una máquina muy rudimentaria, consistía en dos ruedas de madera unidas por un eje. La rueda inferior impulsada por la presión de los pies provocaba el funcionamiento de la rueda superior , dónde se ponía la pella de arcilla. A partir de este momento el trabajo consistía en tornear diferentes piezas que se cortaban por su base con un hilo de esparto. De las manos del alfarero salían todo tipo de formas redondeadas: cántaros, botijos, lebrillos, canaleras, gazpacheras, cuencos, tazas, jarras, ceniceros,...., un sin fin de piezas de uso doméstico, con las que convivieron y utilizaron durante siglos hasta nuestros días.
Las piezas después de torneadas se dejaban orear en tablas posadas en el suelo, cuando su estado era un poco más duro, las volvían a poner en el torno una a una y las iban "rallenando" o quitándoles el barro sobrante con el fin de aligerar su peso y realzarlas. Entonces es el momento de añadir los "cuellos y asas", y unirlos a mano.
Esta cerámica es muy singular por las características de sus materias primas que permiten ser "bizcochadas" y esmaltadas en una sola cocción (930ºC).
Actualmente, para facilitar el trabajo arduo del alfarero, los hornos suelen ser de gas, la cocción de unas 8 horas y su enfriamiento de 1 día, pero las piezas que siguen creando nuestros artesanos, son fiel reflejo de la artesanía tradicional que nos ha acompañado durante siglos y que hoy, en peligroso retroceso. No deberíamos dejar escapar esta sabiduría y tradición magistral para poder seguir disfrutando de este noble oficio.
La rueda era una máquina muy rudimentaria, consistía en dos ruedas de madera unidas por un eje. La rueda inferior impulsada por la presión de los pies provocaba el funcionamiento de la rueda superior , dónde se ponía la pella de arcilla. A partir de este momento el trabajo consistía en tornear diferentes piezas que se cortaban por su base con un hilo de esparto. De las manos del alfarero salían todo tipo de formas redondeadas: cántaros, botijos, lebrillos, canaleras, gazpacheras, cuencos, tazas, jarras, ceniceros,...., un sin fin de piezas de uso doméstico, con las que convivieron y utilizaron durante siglos hasta nuestros días.
Las piezas después de torneadas se dejaban orear en tablas posadas en el suelo, cuando su estado era un poco más duro, las volvían a poner en el torno una a una y las iban "rallenando" o quitándoles el barro sobrante con el fin de aligerar su peso y realzarlas. Entonces es el momento de añadir los "cuellos y asas", y unirlos a mano.
Esta cerámica es muy singular por las características de sus materias primas que permiten ser "bizcochadas" y esmaltadas en una sola cocción (930ºC).
Cuando las piezas estaban en estado de "dureza de cuero" se bañaban en otra arcilla llamada "caolín" para blanquearlas y permitir la aplicación de los óxidos colorantes, verdes del cobre , amarillos y rojizos del hierro encontrado en Rodalquilar, marrones del manganeso de Fernán Pérez. El óxido de cobalto para los azules es una moda adoptada en los años 60 y se traía de fuera, aunque hoy día es muy importante en la decoración por su atractivo. Estos colores se utilizan en los rameados aplicados con "latilla o perilla" con un resultado muy singular.
Otra modalidad para aplicar los óxidos es " el salpicado" de gotas de pincel, llamado "chinesco", o bien aplicados directamente con pinceladas espontaneas. Cuando esta fase está concluida, se pasa a bañarlos otra vez con sumo cuidado: antiguamente se hacía en plomo, en su modo de galena, igualmentre extraído de estas tierras. Actualmente, prohibido por su toxicidad , se utiliza una "frita de plomo", que antes de su cocción es de color blanco pardo. Esta aplicación da como resultado una capa impermeable transparente y brillante que deja pasar los colores de los óxidos, que antes de cocer son grisaceos y que con la ayuda del fuego aparecen mágicamente los colores verdosos, rojizos, marrones y azules, tan característicos de esta alfarería.. Para acabar las piezas, estas tienen que someterse a una temperatura de cocción de 940ºC aproximadamente, en la que se funden estos materiales.
Los hornos árabes eran de planta rectangular con una cavidad de 3 m. cuadrados con una puerta de entrada por donde se colocan las piezas hasta rellenar el horno y con unas 12 o 13 chimeneas por las que salían los humos de la cocción.
El combustible era la retama que ardía más de 24 h. hasta conseguir subir la temperatura del horno. Desde alguna de las chimeneas se iba controlando, y según el color de su atmósfera sacaban una pequeña pieza para comprobar si había llegado a su punto ideal. Su enfriamiento duraba una semana, después se abría la puerta que se selló con barro y descubrían como había actuado la magia del fuego. Las piezas eran sacadas y despegadas minuciosamente de las "trévedes", unos pequeños trípodes de barro colocados entre las piezas para que cuando el barniz chorreara al fundir no se pegaran entre ellas. Al quitarlas siempre quedan 3 marcas que, durante siglos han sido y siguen siendo la identificación de las piezas cocidas en hornos de leña. Actualmente, para facilitar el trabajo arduo del alfarero, los hornos suelen ser de gas, la cocción de unas 8 horas y su enfriamiento de 1 día, pero las piezas que siguen creando nuestros artesanos, son fiel reflejo de la artesanía tradicional que nos ha acompañado durante siglos y que hoy, en peligroso retroceso. No deberíamos dejar escapar esta sabiduría y tradición magistral para poder seguir disfrutando de este noble oficio.
CACHARRERIA DE LA ALFARERIA NIJAREÑA |
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