EL TELAR
El telar ha subsistido hasta nuestros días gracias a su faceta doméstica, en una sociedad de carencias y pocos medios de las familias nijareñas, fue utilizado durante mucho tiempo, para el reciclado de las ropas usadas (harapos), con las que se confeccionaban “tapijas”(mantas para la cama),”tendales”(mantas para la recogida de la aceituna),y “tendíos” (paño que se usaba sobre las tablas del pan o para cubrir la "artesa” mientras la masa fermentaba). En los últimos años del siglo pasado, sirvió como ayuda económica a los sueldos de algunas familias que se ganaban algunos ingresos extras instalando un telar en su domicilio, o cortando los retales, uniendo tiras y haciendo los ovillos para abastecer los telares, una economía sumergida, que sin embargo, mantuvo hasta nuestros días esta bonita tradición artesana.
La estructura del telar manual de Níjar, coincide con la que se puede encontrar en toda Andalucía, armazón de madera anclado al techo y paredes, urdimbre horizontal y pedales para mover los hilos alternativamente con el fin de que la lanzadera en su recorrido de vaivèn vaya entrelazándose en el tejido y formando la jarapa.
El manejo del telar, aunque sencillo, requiere tiempo y dedicación hasta conseguir la habilidad y rapidez que haga rentable su manejo. La imaginación y buen gusto a la hora del diseño y la elección de los colores son una parte esencial en la confección de la jarapa, colores vivos y bien combinados hacen el producto más atractivo y marca las diferencias artísticas entre los tejedores.
En el proceso de elaboración se aprovechan los restos de fábricas textiles para hacer las “tiras”, con las que se preparan los ovillos para posteriormente realizar los “churros” o canillas (especie de madeja especial que se introduce en la lanzadera del telar para que la tira se vaya tejiendo). Una vez que los churros están en las lanzaderas se desplazan por el telar, entre los hilos, realizándose el tejido. Después de terminar, se saca del telar y se cortan las jarapas. De unas se cosen los lados y otras se acaban con nudos, quedando listas para su comercialización.
La gente del pueblo sigue utilizando éstos utensilios más o menos para todas las funciones que se utilizaban en el pasado, por ejemplo,se sigue manteniendo la costumbre de poner una jarapa entre el somier y el colchón, esto antiguamente se hacía para evitar que el óxido del somier manchase el colchón.
Actualmente se ha cambiado la materia prima original por recortes textiles procedentes de las fábricas catalanas de confección, es decir, aquellos trozos de tela que se desechan tras haber cortado la prenda con el patrón, lo que se convierte en un verdadero reciclado de materiales.
EL ESPARTO
El esparto (Stipa tenacísima L.), planta perteneciente a la familia de las gramíneas, debe su aprovechamiento a la gran resistencia de sus hojas. Se cría en climas duros, de inviernos y veranos extremos y escasas lluvias.
El área del esparto se extiende desde el centro de la Península Ibérica hasta e Magreb. Pero su patria por excelencia es España, especialmente las provincias de Huesca, Islas Baleares, Valencia, Toledo, Alicante, Albacete Murcia, Jaén, Granada y Almería; siendo más abundante en el extremo sudoriental (Murcia y Almería), en lo que ya Estrabón dio en llamar Campus Spartarius.
En la provincia y, particularmente, en las comarcas del centro y oriente durante el siglo XIX y parte del XX el esparto tuvo suma importancia en su economía. Una prueba de su valor fue el largo pleito sostenido entre los municipios de Níjar y Almería por la disputa en la posesión de unas tierras de ricos espartizales que se adentraban en lo que hoy forman parte de Níjar (Campillo de Gata, Boquera de los Frailes, Mónsul, Genoveses, etc.), y que fue fallado en favor del primero en la Real Cancillería de Granada el año de1804.
En torno a 1860 se produce el fulgurante despegue de las exportaciones de esparto en rama con destino a las industrias británicas fabricantes de papel. La guerra de Secesión norteamericana había encarecido sobremanera los trapos empleados tradicionalmente como materia prima papelera; de ahí que los grandes fabricantes ingleses anduvieran por esos por esos años a la búsqueda de un nuevo suministro. La demanda exterior promovió una fiebre recolectora en los baldíos de toda la provincia, con una especial dedicación en los del Campo de Níjar, en donde, además, se produjeron privatizaciones de dudosa legalidad de extensos terrenos comunales que vinieron a manos de personajes importantes del momento. Las cifras de exportaciones del esparto en rama se multiplicaron y pasaron de las 1.000 toneladas anuales a cifras que superaron las 15.000 hasta finales de siglo. La sobreexplotación de los atochares, sin embargo, y la dura competencia de la producción de los espartizales argelinos, además, estancarían el
volumen exportado, primero, para, ya traspasado el siglo XX, entrar en franco declive.
La recogida del esparto se hacía por medio de cuadrillas de operarios que eran llamados esparteros.
La recolección se realizaba, prácticamente, en todas las épocas del año, teniendo en cuenta que había que dejar como mínimo un año de plazo para volver a coger el esparto en el mismo predio donde crece esta planta, llamado coto de esparto o coto.
La planta fructifica casi todos los años, dependiendo su cantidad de la abundancia de lluvias. A pesar de esta recogida constante, se tenía conciencia de que la mejor fecha para su recolección eran los meses de agosto, septiembre y octubre.
La recogida se practicaba por medio de un instrumento llamado coge(d)or ; consistente en un palo más o menos cilíndrico de veinte a treinta centímetros de largo y tres de grueso, uno de sus extremos estaba ligeramente acodado y terminado en una pequeña bola del mismo material, el otro extremo llevaba un taladro por donde se pasaba una soga llamada manija con la que el operario colgaba el instrumento a su muñeca izquierda.
Cogidas un puñado de hojas por la punta se les daba una vuelta con el “cogedor” y se tiraba de ellas con las dos manos, oblicuamente y cuidando de desarticularlas sin romper las vainas a las que están sujetas. La cantidad de esparto arrancado en cada una de estas operaciones recibe el nombre de zalá. Con una o varias “zalás”, dependía de la destreza del operario, se formaba un manojo, éste se ataba con una hoja de esparto, llamado vencejo [fencejo], el peso del manojo tenía aproximadamente unas cinco libras (2,5 Kg ). Con cada diez o quince manojos se formaba un haz [á:h], que podía llegar a pesar dos arrobas (aproximadamente veintitrés kilos). Varios haces formaban una carga, que se transportaba a hombros o a lomos de una caballería a la romana, (lugar donde se pesaba) y después se colocaba al sol para que se secara y oreara.
Hasta los años sesenta en que empieza a aparecer el plástico y otros materiales que desplazan al esparto como materia prima, las hojas de la atocha han tenido una notable importancia para la elaboración de múltiples utensilios de la vida agrícola.
Normalmente el esparto empleado por los agricultores, para sus faenas y para las necesidades domésticas, se escogía entre las hojas mejores de la atocha; a las más largas y finas se le llama esparto florea(d)o; estas hojas se encuentran en el interior de la atocha; las hojas laterales, o faldas de la atocha son más cortas y gruesas, y tradicionalmente se recogían y se vendían para fabricación de pasta de papel. Las hojas se podían utilizar tal como venían del monte; llamado, entonces, esparto verde o “esparto crudo”, es decir, sin preparar; o previamente tratadas, al que se le llama esparto coci(d)o. Una de las consecuencias de trabajar en el esparto era una enfermedad ocular llamada tracoma, por la cual a los almerienses se les llega a conocer con el apodo de legañosos.
El esparto “cocío” se preparaba por medio del enfriado y macerado. Para esto se disponía en pequeños haces, arrobetas, que se sumergían en albercas (las balsas) por medio de piedras que hacían de contrapeso. Allí permanecían de veinte días a un mes, según la estación, al objeto de que se disolvieran las sustancias gomosas y céreas que mantienen unida la fibra a las materias no filosas. Después se extendía al sol, de modo que se secara bien para que la fibra no pudiera entrar en putrefacción. No obstante, cuando estaba en el agua, había que tomar la precaución de que no se le fuera toda la lejía, es decir, la ‘sustancia blanquecina que se desprende en el esparto al cocerlo’, pues en ese caso, “se pasaba” y perdía resistencia y elasticidad. A continuación había que majarlo, para lo cual se colocaba el manojo en una piedra plana, en forma de mesa, llamada maja(d)era.
El esparto se fijaba sobre la majaera por medio de una cuerda, el ramal, que terminaba en su extremo en un ojo, por donde se metía el pie. Así dispuesto se molturaba, con una maza de madera pesada y dura. A medida que se golpeaba, se iban dando vueltas al manojo, hasta que se lograra, después de cierto tiempo, destruir la adherencia entre las fibras. Resultaba así la hoja mucho más flexible y resistente. Si no se sabía majar bien el esparto se picaba, bien porque se había majado en exceso, bien porque los golpes no se habían dado proporcionalmente por toda la hoja; en este caso pierde la resistencia que le caracteriza. El “esparto verde” o común no tiene otra preparación que exponerlo, tal como se coge, durante algunos días al sol para que se evaporen los jugos y no corra el peligro de pudrirse. Con el esparto sin curar se ha hecho tradicionalmente la pleita, ‘tejido o franja que se trenza con trece, diecisiete, diecinueve o veintiún ramales, según su anchura, de siete a ocho espartos cada uno de ellos. Estas franjas se unen unas a otras por medio de un cosido que enlaza los bordes, obteniéndose de este modo el tejido con la anchura deseada. Para coser estas franjas se ha utilizado una aguja especial, a la que se le denomina abuja o buja pleita.
Con la pleita se han fabricado espuertas, cestos, cestas, agua(d)eras, apargatas, paneras, paneros (soplillo que se utiliza para avivar el fuego), etc. En algunas ocasiones las fibras de esparto se suelen teñir de colores con el fin de aportar vistosidad y colorido a los trabajos.
Aunque el esparto ha tenido como uso principal en nuestra provincia el de servir de materia prima para la confección de cordelería y tejidos para la confección de esteras, espuertas y otros recipientes; hemos documentado en Almería otros usos menos generalizados. El esparto, además, se ha utilizado como combustible, principalmente la planta vieja o atochón, cuando no había otro tipo de leña; aunque no ha sido apreciado en este uso por ser un carburante efímero. El esparto también se usaba para quemar en las torres vigías de la costa; para ello se destinaban unas dependencias de la torre para almacén de esparto, con el que se hacían ahumadas para avisar a las poblaciones circundantes de la presencia de piratas berberiscos en el litoral. También se ha empleado en la medicina doméstica; para combatir el dolor de muelas o para curar los catarros de cabras y ovejas.
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